miércoles, 22 de junio de 2016

Mitos y leyendas 2° trimestre-.

La leyenda del acebo
La leyenda del clavel chino
La leyenda del jazmín
La leyenda del Ave del Paraíso – H. C. Andersen
Fuente: http://llevatetodo.com/
La leyenda del Chajá
La leyenda de Yeh-Shen

 La leyenda del anillo de Claddagh

http://sinalefa2.wordpress.com/2014/04/29/la-leyenda-del-anillo-de-claddagh/

Actividad:
Mitos
EL MITO DEL MINOTAURO

Se cuenta que Pasifae, esposa del rey de Creta – Minos- incurrió en la ira de Poseidón y éste, como castigo, la condenó a dar a luz a un hijo deforme: el Minotauro, el cual tenía un enorme cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para esconder al “monstruo”, Minos ordenó al famoso arquitecto Dédalo que construyera un laberinto, una construcción tremendamente complicada de la que muy pocos conseguían salir. Escondió allí al Minotauro.
Cada luna nueva era imprescindible sacrificar un hombre para que el Minotauro pudiera alimentarse, pues subsistía gracias a la carne humana. Cuando este deseo no le era concedido, sembraba el terror y la muerte entre los habitantes de la región.
El rey Minos tenía otro hijo, Androgeo. Mientras éste se encontraba  en Atenas para participar en diversos juegos deportivos de los que había resultado vencedor, fue asesinado por atenienses. Minos, al enterarse de la trágica noticia, juró vengarse; reunió a su ejército y se dirigió  luego a Atenas que, al no estar preparada para semejante ataque, tuvo pronto que capitular y negociar la paz.
El rey cretense recibió a los embajadores atenienses, les señaló que habían matado a su hijo e indicó que las condiciones para la paz. Atenas enviaría cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas a Creta, para que - con su vida- pagaran la de su hijo fallecido. Los embajadores se sintieron presos del terror cuando el rey añadió que los jóvenes serían ofrecidos al Minotauro. Pero no les quedaba otra alternativa más que la de aceptar tal difícil condición. Tan sólo tuvieron una única concesión: si uno de los jóvenes conseguía el triunfo sobre el Minotauro, la ciudad se libraría del atroz tributo.
Dos veces Atenas había pagado ya el terrible precio; pues dos veces una nave de origen ateniense e impulsada por velas negras había conducido, como se indicaba, a siete doncellas y siete jóvenes para que se dirigieran así al fatal destino que les esperaba.
Sin embargo, cuando llegó el día en que se sortearía  los nombres de las próximas víctimas, Teseo, único hijo del rey de Atenas – Egeo- propuso embarcarse como parte del tributo,  arriesgando su propia vida con tal de librar a la ciudad de aquella horrible carga.
Por tanto, al día siguiente, él y sus compañeros embarcaron y Teseo prometió a su padre que cambiaría por velas blancas las negras velas de la embarcación, una vez que hubiera derrotado al monstruo.  
El contingente llegó a Creta y los enviados debían permanecer custodiados en un sitio situado en las afueras de la ciudad hasta el momento de ser llevados al laberinto. Esta prisión reservada a las víctimas de los sacrificios estaba rodeada por un parque que colindaba con el jardín en que las dos hijas de Minos - Fedra y Ariadna- solían pasearse La fama del valor y de la belleza de Teseo había llegado a oídos de las dos doncellas, la mayor de las cuales –Ariadna-  deseaba fervientemente conocer y ayudar al joven ateniense.
Cuando consiguió verlo, le ofreció un ovillo de hilo y le indicó que éste representaba su salvación y la de sus compañeros ya que deberían atar un cabo a la entrada del laberinto y, a medida que penetraban en él, debían devanarlo regularmente. Una vez muerto el Minotauro, podrían enrollarlo y encontrar así el camino a la salida.
Además, sacó de entre los pliegues de su vestido un puñal y se lo entregó a Teseo. Le manifestó que estaba arriesgando su vida por él, pues si su padre se llegaba a enterar de su ayuda, se enfurecería con ella. Así que le pidió que, en caso de vencer a la bestia,  la llevara con él
Al día siguiente, el joven ateniense fue conducido junto a sus  compañeros al laberinto y, sin ser visto, ató el ovillo al muro y dejó que el hilo se fuera devanando poco a poco. Adentro, el monstruo esperaba hambriento.
Teseo avanzaba decidido. Cuando se encontró frente al terrible Minotauro, aprovechó el momento en que éste se abalanzó  sobre él y hundió su puñal en el cuerpo de la  bestia.
Una vez concretada su misión, sólo restaba desandar el camino, siguiendo el hilo que le había entregado Ariadna y salir del laberinto. ¡Había salvado a su ciudad!
En el momento de partir, Teseo - a escondidas- condujo a bordo de la embarcación a Ariadna y también a su bella hermana. Durante el viaje, la nave ancló en la isla de Nassos para refugiarse de una furiosa tempestad y, cuando los vientos se calmaron, no pudieron encontrar a Ariadna, a pesar de haberla buscado por todas partes. Una de las versiones recoge que se quedó dormida, otra que se perdió; según parece los dioses le tenían reservado a la princesa otro destino, pues acabó casándose con Dionisio, lo que le valió para alcanzar la inmortalidad.
Teseo continuó viaje hacia Atenas  pero olvidó cambiar las velas del barco como había prometido a su padre. Éste creyó que su hijo había muerto en su encuentro con el Minotauro, no pudo soportar su dolor y se arrojó, desde una torre alta, al mar que hoy lleva su nombre: Egeo.
Por su parte, Dédalo sufrió la ira del rey Minos y fue encerrado en el laberinto junto con su hijo Ícaro. Sin embargo, no había reto que pudiese domeñar la inteligencia del hábil artesano.


Actividad:
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Prometeo y la leyenda del fuego olímpico
Actividad:

Perséfone y el invierno
Perseo y Andrómeda
Dánae era la hija de Acrisio, el rey de Argos, y vivía aislada del mundo, encerrada en una torre de palacio, porque a su padre le habían profetizado que su destino era morir a manos de un nieto suyo. Cuando Dánae era una adolescente, decidió encarcelarla para que no pudiera casarse, ni concebir hijos. Pensaba el rey: “Si no tengo nietos, me salvaré de morir”.
El dios Zeus se quedó prendado de la hermosura de la muchacha, y logró entrar en la celda de Dánae sin que nadie se diera cuenta. Un día la joven notó que por el techo de la torre se filtraba una extraña lluvia de oro, que le caía sobre el pecho y su vientre. No le molestaban esas gotas de agua, porque era agradable sentir su frescura sobre el cuerpo. No podía saber que el dios Zeus se había transformado en lluvia de oro para poder acariciarla.
Después de nueve meses, Dánae dio a luz a un niño. Su padre no podía explicar cómo había podido entrar un hombre en la habitación de la torre. Pronto empezó a pensar en la profecía, en que aquel niño acabaría con su vida, pero no se atrevió a ordenar que mataran al joven Perseo. Decidió encerrar a la madre y al niño en un cofre de madera y arrojarlo al mar.
Perseo y su madre estaban condenados a una muerte segura. Pero el destino quiso algo distinto. Después de treinta días vagando a capricho de las olas, una mañana las corrientes marinas vararon el cofre en una playa de la isla de Sérifos, donde la encontró un pescador.
En Sérifos gobernaba el rey Polidectes, que acogió a ambos en su propio palacio. Allí creció Perseo hasta convertirse en un apuesto y valiente joven. Todo iba bien hasta que Polidectes empezó a desconfiar de Perseo: observaba que se había ganado el aprecio de toda la gente, que llegaría lejos en la vida, y temió que algún día el joven le arrebatara el trono. Así fue como se asustó y decidió deshacerse de Perseo.
Habiendo pensado que no era conveniente matarlo, ni sus soldados ni él mismo, buscó una manera más malvada y discreta de quitárselo de enmedio. Un día lo llamó y le dijo “Perseo, un joven como tú debe demostrar su valor con una gran hazaña”, a lo que preguntó “¿Qué me aconsejáis que haga?”, y tras guardar silencio unos minutos, Polidectes dijo “Quiero que me traigas la cabeza de Medusa”.
Medusa vivía en un palacio oculto dentro de una gran cueva en el occidente del mundo, muy cerca del país de los muertos, y era considerada uno de los peores monstruos de la Tierra. Medusa había sido una mujer muy hermosa, pero los dioses la habían castigado quitándole la belleza. Sus suaves cabellos se transformaron en feroces serpientes, sus dientes blancos como el nácar se convirtieron en afilados colmillos, y su lengua era la de una temible serpiente. Pero lo peor de todo fue que sus ojos azules se volvieron muy negros, y su mirada convertía en piedra todo lo que miraba. Pero Perseo no dudó en llevar a cabo su misión. Tuvo la suerte de contar con la ayuda de algunos de los dioses: el dios Hermes le ofreció unas sandalias aladas con la que pudo volar hasta el país de la Medusa, y una curvada espada con hoja de diamante. La diosa Atenea le regaló un escudo de bronce y le dio un consejo “No mires directamente a la Medusa o te convertirás en piedra”. Por eso, cuando entró en el oscuro palacio, utilizó el escudo para buscar el reflejo de la Medusa, y con la espada le descargó un golpe en el cuello tan fuerte, que la cabeza de la Medusa con sus serpientes de larga lengua rodó por el suelo.
Perseo tanteando por la cueva con los ojos cerrados, para no mirarla, la recogió y la guardó en un zurrón para llevarla sin ningún peligro en el viaje de regreso a Sérifos.
El camino de vuelta fue muy duro, porque la cabeza de la Medusa pesaba mucho, y los vientos soplaban mucho en esos momentos. Al detenerse a descansar un rato en una costa, vio algo muy extraño: una muchacha encadenada en las rocas. Al acercarse, sintió en el corazón un fuego muy peculiar, pues la muchacha tenía una piel tan blanca como la espuma del mar, y un cabello tan dorado como el sol. La joven se llamaba Andrómeda, y le contó a Perseo que era la hija de un rey, al que el dios Poseidón había castigado enviándole un monstruo marino.
Así había sucedido. Pero, no contento el dios Poseidón con la muerte de muchas personas y animales, le dijo al rey que si entregaba a su hija al monstruo, volvería a vivir en paz. Perseo exclamó “¡Eso es una crueldad! ¡Mataré a ese monstruo cuando aparezca!”. Así pues se quedó junto a Andrómeda. Cuando apareció el monstruo, ante los ojos de Perseo se mostraba una bestia marina de poderosos músculos, que con la enorme boca abierta pretendía devorar a Andrómeda. Perseo se abalanzó desde el aire atacándolo con la espada, tratando de herirle, pero sus escamas eran muy duras. Tal fue el combate que Perseo perdió la fuerzas, y estaba a punto de perder la esperanza, cuando se le ocurrió algo más eficaz: volvió al acantilado, cogió su zurrón y sacando de su interior la cabeza de la Medusa la expuso para que la bestia la contemplara, convirtiéndose al instante en una enorme montaña de piedra.
Después, Perseo liberó a Andrómeda, y su padre, como recompensa, se la ofreció como esposa. Por lo demás, por supuesto, le llevó a Polidectes la cabeza de la Medusa, pero el rey fue tan curioso, que por abrir el zurrón, se transformó en un bloque esculpido de piedra.
Actividad:

Fuentes:

http://servicios.educarm.es/templates/portal/images/ficheros/etapasEducativas/secundaria/13/secciones/178/contenidos/18108/act_perseoandrmeda.pdf

http://microrelatosenlaescuela.blogspot.com.ar/2010/03/actividades-sobre-el-mito-de-perseo.html
Prometeo y la leyenda del fuego olímpico
Edipo rey
http://sinalefa2.wordpress.com/leyendas-y-mitos/edipo-rey/
Actividad:
https://docs.google.com/forms/d/1_gD0HXv1I2h2yXN0S2qyqc-i5JhcJ2ekLvXoPmug-Ws/viewform