Taller de Literatura


Pasión y baño de un cazador de ranas

      Al llegar al barrio y hacerme de amigos, lo primero que me mostraron fue las famosas lagunas. Quedé asombrado y más asombrado me sentí al descubrir, en la orilla de uno de los canales, y trepada sobre una rama, una enorme rana. Me explicaron lo que era y me dijeron que se podían pescar, aunque mis amigos decían cazar y no pescar. 

— ¿Y cómo se cazan? —pregunté, incrédulo. 

—Es muy sencillo —me dijeron—. Ahora vas a ver.                                                                                                                                                                                 Llevaba uno de ellos una varilla; amarró en su extremo un trozo de cordel de más o menos dos metros; en la punta ató un pedacito de carne que sacó de un bolsillo; saltó al otro lado de la zanja, ubicó desde arriba el lugar en que estaba el batracio y levantando la varilla fue bajando con lentitud el cordel. Nosotros observábamos. La rana levantó la cabeza y miró: un buen bocado. Al llegar a su alcance abrió la boca, lo engulló y empezó a tragarlo. El muchacho, que sentía en la varilla todos los movimientos que provocaba la acción de la rana, tiró de pronto hacia arriba con violencia y allá fue la rana por el aire, soltando la presa solo cuando ya era tarde: el muchacho la tomó al caer; saltó de nuevo la zanja y vino hacia mí a mostrar su presa. 

Mi asombro llegó al deslumbramiento y me convertí de inmediato en cazador de ranas.                                                                                                        ¿Cuántas cacé? Centenares quizá, centenares de ranas que llevé a mi casa, metiéndolas en cuantos tarros y depósitos encontré. No se me escaparon ni los lavatorios. Algunos tarros eran muy bajos y las ranas saltaron fuera u deambularon por la casa. Un día, aprovechando una ausencia mía, las echaron a la calle u desaparecieron regresando sin duda a las zanjas o metiéndose donde pudieron. Tuve una pataleta. Me explicaron que no me costaría nada volver a cazarlas. Les hallé razón y empecé a traerlas de nuevo. 
La segunda temporada terminó de modo violento: un día de verano, en tanto llevaba un tarro lleno de batracios, la varilla y un cordel, me hallé en la necesidad de saltar una zanja de aquellas. Habría podido caminar unos cincuenta metros y evitar el salto, pero hacía calor, el tarro pesaba mucho y, además, estaba acostumbrado a esos saltos. No podía tomarse impulso, es decir, dar una pequeña carrera; cada canal tenía, en las orillas, un borde más alto que el terreno adyacente y sólo se podía abrir un poco las piernas, recoger los músculos y confiar en las piernas. Confiaba en las mías. Tiré la varilla hacia el otro lado, me contraje cuanto pude y salí disparado.                                                                                                                                                                                ¿Calculé mal la distancia, el tarro pesaba demasiado y me desequilibraba, no estaba en forma ese día? Toqué con la punta del pie la orilla del borde contrario, el zapato resbaló y caí, hundiéndome en el agua y azotando la cara contra la húmeda pared. Allí quedé, medio aturdido, sintiendo que mis ojos estaban casi ciegos y que mi nariz y mi boca se hinchaban con rapidez. Había soltado el tarro al caer y estaba tan asustado que ni siquiera se me ocurrió llorar. El fondo del canal, lleno de fango, parecía sujetarme los pies. Mi aturdimiento duró poco: estiré los brazos, me tomé del borde y me icé sin gran trabajo. Una vez arriba, me miré: estaba mojado hasta la cintura, los zapatos se veían llenos de barro y las piernas mostraban una capa de vegetación acuática; chorreaba agua y fango. Mi nariz, que toqué, me recordó la de mi ex maestro, El Nariz de Batata. 
¿Qué hacer? No podía limpiarme allí ni esperar a que se me secara la ropa. Emprendí entonces el más triste de los regresos que un cazador de cualquier cosa haya hecho hacia su hogar. Al llegar a él recibí la mejor de las palizas de la temporada. Renuncié a las ranas.                                                                                                                                                                      

MANUEL ROJAS, en Imágenes de infancia.

1-    Narra alguna aventura, en 1° persona, de alguna vivencia en la que hayas tenido ganas de desaparecer.



A escribir!!!

1- Lee el poema: "El tractor trabajador" de Lorena Scigliano

2- Reformula el poema convirtiéndolo en un cuento, agrégale un final. 
¿El tractor, cumple su sueño? 


El tractor espera,
ya casi amanece.
Está listo, quiere
que el trabajo empiece.
En la cosecha está,
paso a paso avanza.
Va y viene, viene y va
pero no se cansa.
Recorre el campo
durante cada día.
Las vacas y el sol
son su compañía.
Ya casi anochece,
regresa al granero.
El tractor descansa,
sueña ser velero.

Comenzamos nuestro recorrido como escritores.
1- Lee el cuento "El nombre de José" de Lilia Lardone
Lunes
Es la mañana del primer día de clases, después del recreo largo. La señorita Adela abre el cuaderno forrado de azul donde tiene anotados los nombres de sus alumnos y llama:
 –A ver... José ¿podrías venir, por favor? Las palabras de la señorita no se escuchan porque varios chicos están hablando al mismo tiempo. Algunos van y vienen por los pasillos sin encontrar su lugar, otros revuelven las cartucheras, las cierran, sacan el cuaderno, lo guardan de nuevo en la mochila.
 La señorita Adela repite:
 –José ¿podrías pasar al frente? José, desde el primer banco, se levanta. Pero la maestra no lo mira a él sino al fondo de la clase. José ve cómo un chico camina por el pasillo hacia el frente.
 –Éste es José –dice la maestra, con una mano sobre el hombro del chico. También dice:
 –Como hoy es el primer día, me gustaría que empezaran a conocerse por el nombre.
 José no entiende. Él es José, y entonces, ¿el otro chico? Así que le explica a la señorita Adela que él es José. La señorita Adela se ríe y abre de nuevo el cuaderno azul para leer la lista:
 –Sí, es verdad, sos José. José Miguel.
 –Yo no soy José Miguel. Yo soy José.
 –Acá está escrito que tu segundo nombre es Miguel. Como en este grado hay dos José, él se va a llamar José y vos, José Miguel.
 José quiere decirle a la maestra que no le gusta ser José Miguel y las palabras no le salen. Llega a su casa y le cuenta a su mamá, mientras ella lo ayuda a desprenderse los botones del guardapolvo.  La mamá contesta:
 –La señorita tiene razón, tu nombre completo es José Miguel.
 Y agrega:
 –Un nombre precioso, yo lo elegí. José piensa que por qué, si ella lo eligió, nunca lo ha llamado así.
Martes
Al día siguiente, en el recreo, una nena de flequillo negro abre su bolsita y saca una galleta rosada con forma de corazón. José nunca ha visto algo igual, y se queda parado al lado de ella.
 Entonces la nena le dice:
 –¿Querés? Las hizo mi mamá. José agarra una, está rica la galleta.
 –¿Por qué no viniste el primer día? –pregunta José.
 –Estaba enferma –contesta ella.
 –¿Cómo te llamás?
 –Niurka.
 José no conoce a nadie que se llame así, y le dan ganas de tener ese nombre. Pero a él no le gustaría que lo confundieran con una nena.
 Al terminar el recreo entran al aula y la señorita Adela dice:
 –Calógero, ¿querés venir al frente?
 Se escuchan unas risas. José mira a Niurka, que se sienta al otro lado del pasillo, y los ojos de Niurka también ríen.
 –¿Qué pasa? ¿Por qué se alborotan? -pregunta la maestra. Un chico alto y flaco se para delante de la clase.
 –Me llamo Calógero, igual que mi papá, y que mi abuelo.
 Y a mí, me gusta –dice el chico con los ojos fijos en el fondo del grado. Y agrega: –Mi papá me dijo que también se llamaba así el que inventó el chicle.
 En la clase se escucha un murmullo. A la salida, todos quieren que Calógero les cuente cómo hizo el otro Calógero para inventar el chicle.
Miércoles
La mañana del tercer día de clase, el pizarrón aparece lleno de dibujos y rayas. La maestra le pide a Rosa María que la ayude a borrar, y se oye una voz finita:
 –Rosa María de la panza fría. Rosa María se pone colorada, y la señorita Adela, muy seria, dice que está mal burlarse de los compañeros.
 José piensa que tiene suerte de no llamarse Rosa María.
 Esa misma mañana, José hace una casa en su cuaderno. Marca con cuidado la ventana y después, con el lápiz marrón, dibuja a su gato Pancho.
 –¿Cómo se llama? –pregunta Niurka, que se ha parado en el pasillo para mirar el dibujo.
 –Pancho –responde José.
 –No te hagás el gracioso, yo soy Pancho –protesta su compañero de banco.
 –¿Y por qué la seño te dice Francisco?
 –Porque se le ocurrió, pero en mi casa soy Pancho.
 José no entiende cómo Francisco deja que le digan Pancho. No se anima a preguntarle a la maestra porque ya se enojó con el asunto de Rosa María, y antes se había molestado con las risas por lo de Calógero. Además ella le sigue diciendo José Miguel, y eso, a José, le da mucha rabia.
Jueves 
El cuarto día de clases, a José se le ocurre una idea para solucionar el problema del nombre y se la cuenta a Niurka. A ella le parece un poco difícil que el otro José acepte, pero lo anima a que pruebe y José aprovecha el recreo. Cuando entran al aula, tiene la cara larga.
 –¿Y? –pregunta Niurka.
 –No, no quiere cambiar el nombre por las galletitas.  Y dice que más José es él.
Viernes
Llega el último día de la primera semana de clases y ya falta poco para el timbre de salida. Los chicos ven por la ventana cómo unos hombres descargan una enorme montaña de arena en el patio del colegio.
 La maestra les cuenta que es para arreglar la tapia y los chicos miran el camión amarillo y a los hombres, que van y vienen. La señorita Adela también mira. Parece distraída cuando, de repente, se da vuelta y pregunta:
 –¿Quién sabe escribir su nombre?
 –Yo –contesta José.
 –Muy bien José, pasá.
 José no lo puede creer. Ha dicho José y sin embargo le habló a él, no al otro chico que se sienta al fondo. A José le tiemblan las piernas y la tiza se le resbala sobre el pizarrón, mientras escribe JOSÉ con letras grandes y un palito arriba, como le enseñó su mamá.
 –Está muy bien, José Miguel, sentate –dice la maestra mirando su reloj pulsera.
 En ese momento, el timbre suena y los chicos salen, atropellándose.
Fin de semana 
Durante el fin de semana, José le cuenta a su papá que es el único chico que ha escrito su nombre en el pizarrón y su papá le palmea la espalda.
 –Éste es mi José –dice sonriendo y a José le sube un calorcito por la garganta.
 De a ratos, José sigue pensando cómo hacer para que la maestra lo llame José. Pero no se lo dice a nadie.
Lunes El lunes empieza a llover a cántaros cuando los chicos están en el patio, formando filas para entrar. José queda atrás y se moja bastante antes de llegar a la galería. Desde ahí, ve cómo baja la montaña de arena del patio hasta convertirse en una montañita.
 En ese momento se le ocurre la idea.
 Esta sí que es buena, piensa José y sonríe.
 Al llegar al aula, casi ni puede esperar a que todos estén sentados y que la señorita Adela deje sus carpetas sobre el escritorio. Le parece que las palabras se le amontonan en la boca mientras la maestra pide silencio, como todos los días, para empezar. Los chicos se callan y por un momento, sólo se escucha a la lluvia golpear con fuerza el techo. José levanta la mano:
 –Seño, ¿vio cómo me mojé?
 –Sí, José Miguel, espero que no te resfríes.
 –No, seño. No me voy a resfriar pero me pasó algo muy raro: La lluvia me llevó la mitad del nombre. Ahora sí que soy José.
 A pesar de la risa de los chicos y de la maestra, José no está muy seguro de haber ganado. Sí sabe que va a insistir hasta que la señorita Adela lo llame como a él le gusta. Porque José quiere, sobre todo, ser José.

Lilia Lardone, escritora argentina nacida en Córdoba, en 1941. Ha publicado Nunca escupas para arriba (recopilación de coplas), El cabeza colorada (cuentos) y Poesía & infancia (ensayo). En 1999 ganó el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma-Fundalectura con la obras Caballero negro. El cuento que difundimos, con autorización de su autora, ha sido publicado recientemente por Sicornio Editorial.

2- Escribe un relato con los siguientes datos:
¿Cuál es tu nombre?
¿Quién lo eligió?
¿Qué significa?
¿Lo cambiarías? ¿Por qué? ¿Por cuál?

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